Necesidad, debilidad o indignidad humana. Tres motivos seguramente repartidos de forma proporcional entre la veintena de policías locales detenidos en Coslada por extorsión. Aunque esta vez ha sido en la localidad madrileña, no me queda duda de que a lo largo y ancho de la geografía española habrá ahora mismo cientos -si no miles- de hombres que abusan de su condición de agentes de la ley para satisfacer intereses personales. Muchos incluso habrán conseguido llevar una chapa en el bolsillo basándose en chanchullos y corruptelas. Hay que tener una conciencia muy bien formada y una idea del deber lo suficientemente fuerte para no seguir los cantos de sirena que los delincuentes sueltan al aire en forma de billetes de euro. El asunto es grave. No es pequeña la lista de países cuyo orden se ha empezado a desquebrajar precisamente por la incosistencia de la red encargada de velar por el orden público. La tradicional 'picada' para evitar una sanción de tráfico es sólo la punta de un iceberg en el que sobreviven a base de impuestos revolucionarios negocios ilegales y actividades que incumplen sistemáticamente la normativa. La línea que tiene que cruzar un policía es demasiado delgada: empieza por retirar la multa a un amigo y, cuando se da cuenta, está aceptando el pago en metálico o en especie de un empresario o de una prostituta. Y en tiempos como estos, en los que las hipotecas ahogan y las neveras escasean de caprichos, las conciencias son más vulnerables y las autojustificaciones analgésicas más fáciles de sacar a flote que nunca.
viernes, 9 de mayo de 2008
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