Lo reconozco, lo he visto. Después de años cambiando sistemáticamente de canal cuando alguno de estos programillas saltaban casi sin avisar desde la pantalla a mis ojos, esta semana y parte de la pasada he aguantado sin apretar el mando. La ignorancia de la mayoría de ellos, su falta de educación, su incapacidad para afrontar el mundo adulto a pesar de que casi todos sobrepasan holgadamente la mayoría de edad han conseguido engancharme. El momento preciso fue la semana pasada, cuando los concursantes de este karaoke de gran parafernalia que es Operación Triunfo pudieron hablar por teléfono con sus casas. Gritos, pataletas, lloros, berrinches, emoción desbordada. Todo ello en hombres y mujeres hechos y derechas, como si en lugar de estar participando en un concurso se encontraran confinados en una mazmorra al otro lado del mundo. Y luego sus piques, enfados, envidias y enfrentamientos. Es lo que la cadena se empeña en mostrar bajo el falso pretexto de buscar artistas. Porque, en realidad, todos estos programas son el mismo: una minisociedad inventada para solazamiento del espectador sin pretensiones, sea en una selva, una casa en la sierra o una 'academia musical'. Lo peor no es que cientos de miles de personas opten por verlos como único entretenimiento, sino que encima lo darían todo por estar en su lugar. Desde luego, todos los insultos que les profiera el tal Risto son pocos. Yo también me los he merecido por perder media hora de mi vida durante siete días. Prometo que me iré quitando.
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