De acuerdo, las formas pueden no haber sido las adecuadas. Me refiero a eso de aparecer en rueda de prensa con gesto adusto y grave, como descendiente directo de un César hablando al pueblo en tiempos de guerra. Pero el golpe que ha dado encima de la mesa europea Silvio Berlusconi y los suyos será bien acogido por muchos de sus vecinos y para que toda la comunidad se ponga a trabajar en un área que hasta ahora estaba haciendo demasiadas aguas. El personaje, vaya por delante, no me cae bien: es arrogante, populista y machista. Como también que estoy a favor de la integración, el intercambio de culturas y las oportunidades. El problema es que muchas veces el espacio que se concede para que todo el mundo tenga acceso a ellas es aprovechado para otro tipo de prácticas. El libre movimiento de ciudadanos de la CE ha dado lugar al ambiente ideal para que algunos países se libren de sus elementos más indeseables sin que el estado de origen pueda hacer nada al respecto. Corruptos, delincuentes o mendigos emigran a lugares donde los botines o migajas de las que viven son mayores porque la riqueza es exponencialmente mayor. Por eso está bien que se vigile quién y por qué alquila una casa a miles de kilómetros de su lugar de nacimiento, que se criminalice la mendicidad infantil (contra la que nada pueden hacer nuestros ayuntamientos, algunos de los cuales se ven desbordados) o que se expulse fulminantemente a quien cometa un delito. Quizás ahora veamos al italiano como un gobierno antipático, pero mejor delimitar de manera clara las reglas del juego cuando el pueblo las demanda antes de que se repitan posturas tomadas en el primer cuarto de siglo. Aunque habrá que pulir muchas de las cosas que han decidido, Italia ha dado un paso al frente.
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